Y llegó el día 5 de Octubre. Los mineros disponían de armas y dinamita y la revolución estaba muy bien organizada. En Oviedo se proclamó la República Socialista Asturiana y se atacaron lo puestos de la Guardia Civil, los ayuntamientos y otras instituciones de los poderes burgueses. A los tres días casi toda Asturias estaba en manos de los mineros, incluidas las fábricas de armas de Trubia y La Vega. A los diez días, unos 30.000 trabajadores forman el Ejército Rojo y desde el Gobierno se considera que la revuelta es una guerra civil en toda regla, por lo que Lerroux y Gil Robles deciden adoptar medidas enérgicas, entre las que destacan la de llamar a los generales Goded y Franco (que tenía ya experiencia por haber participado en la represión de la huelga general de 1917 en Asturias) para que dirijan el ataque contra los revolucionarios desde el Estado Mayor de Madrid. Estos recomiendan que se traigan de África tropas de la Legión y de los Regulares, pues tienen experiencia en combates y, además, psicológicamente, infunden pánico entre los ciudadanos, pues estos mercenarios tienen permiso para asesinar, violar y saquear a la población sometida: victoria -por cualquier método- a cambio de botín (el cabrón de Franco ya apuntaba maneras) Tampoco se recomienda la participación de jóvenes reclutas peninsulares por la impredecible reacción del pueblo ante sus posibles muertes y, porque al fin y al cabo, eran hijos del proletariado. También se temía el testimonio que pudieran difundir sobre la feroz represión que ya tenían planeada.
Mientras esto sucedía, el Ejército Rojo Asturiano se planteaba una marcha sobre Madrid, iniciativa que fue abortada por el rápido sitio militar al que fue sometida la recién nacida república rebelde. Poco antes del brutal allanamiento de Asturias, la aviación lanzó sobre Mieres el panfleto que sigue:
"Rebeldes de Asturias, rendíos. Es la única manera de salvar vuestras vidas: la rendición sin condiciones, la entrega de las armas antes de 24 horas. España entera, con todas sus fuerzas, va contra vosotros, dispuesta a aplastaros sin piedad, como justo castigo a vuestra criminal locura. La Generalidad de Cataluña se rindió a las tropas españolas en la madrugada del domingio. Companys y sus hombres esperan en la cárcel el fallo de la Justicia. No queda una huelga en toda España. Estáis solos y vais a ser las víctimas de la revolución vencida y fracasada. El daño que os han hecho los bombardeos y las armas de las tropas no son más que un triste aviso del que recibiréis implacablemente si antes de ponerse el sol no habéis depuesto la rebeldía y entregado las armas. Después iremos contra vosotros hasta destruiros sin tregua ni perdón. ¡Rendíos al gobierno de España! ¡Viva la República!"
Y así fue: sin tregua ni perdón. El general López Ochoa, comandando las fuerzas militares gubernamentales, y el aún coronel Yagüe, al frente de sus embrutecidos legionarios apoyados por la aviación, avanzaron devastadoramente sobre Oviedo, primero, y, poco después, sobre Gijón. La resistencia revolucionaria fue heroica, llegando, en ocasiones, a la lucha casa por casa, pero infructuosa debido a la enorme diferencia de efectivos y medios.
El día 19 todo había terminado y comenzaba la dura represión que se extendió por el pueblo asturiano.